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Ja Naturaleza, que fué sofocada mas tarde por las tinie— blas de la barbarie y del pecado. El historiador atraviesa las capas nebulosas amontonadas por los mitos simbólicos, para llegar á la tierra firme en que se han desarrollado se— gun leyes naturales los primeros gérmenes de la civilizacion humana. En una remota antigúedad, en el límite del horizonte que puede descubrir la verdadera ciencia histórica, vénse ya brillar simultáneamente, como puntos luminosos, grandes centros de cultura irradiando los unos hácia los otros: el Egipto, cuyo resplandor se remonta por lo menos á cincuenta siglos antes de nuestra era (6); Babilonia, Nínive, Cachemira, el Iran y la China, desde la primera colonia que de la vertiente nor-oeste de Kuenlun se transportó al valle regado por el curso inferior del Hoangho. Esos puntos centrales nos recuerdan involuntariamente las grandes estrellas que fulguran en el firmamento, soles eternos de los espacios celestes cuya fuerza luminosa conocemos, sin poder medir, escepto un pequeño número de ellos, la distancia relativa que los separa de nuestro planeta (7).

La hipótesis de una física primitiva revelada á la primera raza humana, de una ciencia de la Naturaleza propia á los pueblos salvajes y que la civilizacion no hubiera hecho sino oscurecer, entra en una esfera deconocimientos, Ó, mas bien, de creencias, que debe permanecer estraña al objeto de este libro. Sin embargo, se encuentra ya profundamente arraigada esta creencia en los dogmas mas antiguos de la India, en la doctrina de Crischna: «Es probable que la verdad estuviese originariamente depositada entre los hombres; pero poco á poco se adormeció y fué olvidada. El conocimiento reaparece como un recuerdo (8).» Dejamos con gusto indecisa la cuestion de saber si todas las razas llamadas hoy salvajes se hallan efectivamente en el estado de rudeza natural y originaria, Ó si un gran número de entre