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«descripciones de la Naturaleza no podian entrar en estos poemas sino accidentalmente, y no parece que la imaginacion se haya detenido jamás en ellas como en un objeto á parte. Con posterioridad, y á medida que se borró la tradicion del antiguo mundo y sus flores se agostaron, la retórica invadió el dominio de la poesía didáctica: poesía severa, noble y sin adornos bajo la antigua forma f¡Josófica y casi sacerdotal, que fué la del libro de Empedocles sobre la Naturaleza; mas por la mezcla de la retórica perdió poco á poco su sencillez y dignidad primitivas.

Séanos permitido citar algunos ejemplos con el £n de esclarecer las precedentes generalidades. Como lo exige la epopeya, las escenas de la Naturaleza no son nunca sino un accesorio en los poemas homéricos: «Regocíjase el pastor con la calma de la noche, con la pureza del aire, con el resplandor de las estrellas que brillan en la bóveda celeste; y oye á lo lejos el ruido del hinchado torrente que cae arrastrando en su negro fango las descuajadas encinas (10).» Los bosques solitarios del Parnaso, sus sombríos y frondosos valles contrastan con la alameda regada por un manantial, en la graciosa pintura que hace Homero de la isla de los Feacios (Scheria), y sobre todo con el país de los Cíclopes, «en el cual verdes praderas aygitadas por el viento rodean los collados, en donde la viña crece sin cultivo (11).» Píndaro, en un himno á la primavera compuesto para las grandes Dionisíacas, celebra la tierra cubierta de nuevas flores, «mientras que entreabriendo la palmera sus primeros botones en la ciudad argiva de Nemea, anuncia al adivino la proximidad de la embalsamada primavera.» En otra parte canta el Etua, «la columna del cielo que sustenta perpétua nieve.» Pero se aparta bien pronto de la naturaleza inanimada y de sus sombríos aspectos, para celebrar á Hieron de Siracusa y las victorias de los Griegos sobre los Persas.