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tos de versificadores que desplegaron con frecuencia una flexibilidad maravillosa. Las formas y las costumbres de los animalesestán retratadas con gracia, y con tal exactitud, que la ciencia moderna puede encontrar allí sus clasificaciones en géneros y hasta en especies; mas falta á todos aquellos poemas la vida interior, el arte de animar á la Naturaleza, y aquella emocion con cuyo auxilio el mundo físico se impone á la imaginacion del poeta, aun sin que este tenga clara conciencia de ello. Hállase esta superabundancia del elemento descriptivo, unida á gran artificio poético, en los cuarenta y ocho cantos de las Dionisracas del Egipcio Nonno. El autor gusta de pintar las grandes catástrofes de la Naturaleza; describe un incendio alimentado por el fuego del cielo en un bosque que costean las orillas del Idaspes, y dice que se cocieron los peces en el fondo del rio. En otra parte, trata de esplicar meteorológicamente cómo se forman las tempestades y lluvias de tormenta de los vapores que se levantan en la atmósfera. Nada mas desigual que la obra de Nonno: 4 un rasgo de inspiracion sucede una estéril abundancia de palabras que produce bien pronto el hastío.
Nótase un sentimiento mas vivo y delicado de la Naturaleza en algunos trozos de la Antología, restos preciosos de diversas épocas. Fray Jacobos la reunido en su bellísima edicion, bajo un título aparte, todos los epígramas relativos á los animales y á las plantas: pequeños cuadros que por lo comun no se refieren sino á objetos individuales. El plátano, «que alimenta con su verde follaje los hinchados granos de la uva», se repite quizás con demasiada frecuencia en aquellas composiciones. Es sabido que, originario del Asia menor, el plátano penetró primero en la isla de Diomedes, y no fué trasplantado á las orillas del Anapo, en Sicilia, hasta el tiempo de Dionisio el Viejo. Sin embargo, por lo general, parece que los poetas de la Antolo-