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tado á la ciencia de un gran número de creaciones nuevas. Con razon se ha hecho resaltar la gran diferencia que presentan, respecto de la historia de la cultura de los pueblos, las razas invasoras de la Germania y las razas árabes (90). Los (rermanos no comenzaron á civilizarse sino despues de sus emigraciones; los Arabes llevaban consigo de su pátria, no solo su religion, sino tambien una lengua perfeccionada y las delicadas flores de una poesía que no fue perdida para los trovadores provenzales ni para los minnesinger.

Los Arabes ostentaban maravillosas disposiciones para jugar el papel de mediadores é influir sobre los pueblos comprendidos desde el Eufrates hasta el Gruadalquivir y hasta la parte meridional del Africa central, llevando á un lado lo que habian adquirido en otro. Poseian una actividad sin ejemplo, que señala una época distinta en la historia del Mundo; una tendencia opuesta al espíritu intolerante de los Israelitas, que les incitabaá fundirse con los pueblos vencidos, sin abjurar, no obstante, á pesar del perpétuo cambio de regiones, de su carácter hacional ni de los recuer- ' dos tradicionales de su pátria originaria. Ninguna otra raza puede citar ejemplos de mas largos viajes terrestres realizados por indivíduos aislados, no siempre por interés comer— cial, sino para formar conocimientos. Los sacerdotes budhistas del Tibet y de la China, el mismo Marco Polo y los misioneros cristianos enviados á los príncipes mogoles, han limitado sus escursiones á espacios menos vastos. Una parte considerable de la ciencia de los pueblos asiáticos fue introducida en Europa por las numerosas relaciones de los Arabes con la India y con la China. Es sabido que ya á fines del siglo VII, bajo el califado delos Omniadas, se estendian sus conquistas hasta el reino de Cabul, hasta las provincias de Kaschgar y de Pendjah (91). Las profundas investigaciones de Reinaud nos han demostrado cuánto hay que recoger en las fuentes árabes para el conocimiento de la In-