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cer sospechar de su parte toda suerte de escesos y brutalidades. Sin embargo, la violencia atribuida á Amrú, el incendio de la biblioteca de Alejandría, que hubiera bastado, segun se dice, para calentar durante seis meses cuatro mil salas de baño, parece ser una fábula, sin otro fundamento que el testimonio de dos escritores posteriores en 980 años á la época en que se dice haberse realizado aquel acontecimiento (89). No es necesario entrar en detalles de cómo en tiempos mas tranquilos, en la época brillante de Almanzor, de Haron al-Raschid, de Mamon y de Motazem, aunque la cultura intelectual de las masas no hubiese aun tomado libre vuelo, las córtes de los príncipes y los institutos públicos consagrados á las ciencias pudieron reunir un número considerable de hombres eminentes. No es esta la ocasion de trazar el cuadro de la literatura de los Arabes, tan vasta y tan desigual en su diversidad, ni tampoco de distinguir lo que ha nacido en las profundidades secretas de su organizacion ó en el desenvolvimiento regular de sus facultades naturales, y lo que debe referirse á las solicitaciones esteriores ó á las circunstancias fortuitas. La solucion de este importante problema pertenece á otra esfera de ideas. Los datos históricos que aquí presento, han de limitarse á una narracion parcial de los progresos que debe á los Arabes la contemplacion general del Mundo, por sus descubrimientos en Matemáticas, en Astronomía y en las ciencias naturales.

Verdad es quela Alquimia, la Mágia, y todas las fantasías místicas, despojadas por la escolástica del encanto de la poesía, alteraron en aquella ocasion, como sucedió por de quiera en la edad media, los resultados positivos de la ciencia; pero no es menos cierto que los Arabes, por las investigaciones Infatigables á que ellos mismos se entregaron, por el cuidado que tuvieron de apropiarse, por medio de traducciones, todos los frutos de las generaciones anteriores, han engrandecido las miras sobre la Naturaleza, y do-