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parajes (28); pero los armoniosos colores de sus cuadros revelan un conocimiento profundo de la Naturaleza. ¿En donde fueron pintadas con mayor belleza, la calma del mar y la tranquilidad dela noche?¡Qué contraste entre estas 1mágenes apacibles y las enérgicas descripciones de la tormenta, en el libro primerode las Greórgicas, de la tempestad que asalta 4 los Troyanosen medio delas Estrofadas, del derrumbamientode las rocas y de la Erupcion del Etua, en la Eneida (29)! Hubiera podido esperarse, de parte de Ovidio, como fruto de su larga estancia er Tomes, llanuras de la Me: 1nferior, una Eo aia poética de aquellos desiertos sobre los evales ha permanecido muda la antigiiedad. Cierto es que el desterrado no vio aquella parte de las estepas que, cubierta en el verano de vigorosas plantas de cuatro á seis ples de altura, ofrece á cada ráfaga de viento la graciosa imágen de unagitadomarde flores; porqueel lugar á quefué confinado Ovidio, era un páramo pantanoso. Abrumado por una desgracia superior á sus fuerzas, se hallaba mas predispuesto á trasladarse en recuerdo á los gcces del mundo y 4 los acontecimientos políticos de Roma, que á contemplar los vastos desiertos que le rodeaban. En cambio, y aun sin contar las descripciones, quizás deasitddfrecia mia de grutas, de manantiales, y claridad de la luna, este poeta, que en tan alto tallo poseía el talento de pintar, nos ha dejado una narracion singularmente exacta é 1nteresante, aun para los geólogos, de una erupcion volcánica que tuvo lugar cerca de Metona, entre Epidauro y Trezena. En el cuadro que hemos tenido ya ocasion de señalar en otra parte (30), Ovidio nos muestra al suelo levantándose en forma de colina por la fuerza de los vapores comprimidos in— teriormente, como una vegiga hirchada, ó como un odre hecho de piel de cabrito.

De sentir es sobre todo que Tíbulo no nos haya dejado ninguna gran composicion descriptivatomada del natural,