en 1707, comeide con la muerte de Jacobo Bernoulli.
Un corto número de nombres bastará á recordar los gigantescos pasos que el espíritu humano, sin escitacion esterior, dió en virtud de su propia fuerza en el siglo XVII, sobre todo en el desarrollo de la idea matemática. Proclámanse las leyes que presiden 4 la caida de los cuerpos y al movimiento de los planetas; la presion atmosférica, la propagacion, la refraccion y la polarizacion de la luz, vienen á ser objeto de profundas investigaciones; el estudio matemático de la Naturaleza se funda en bases sólidas; y por último, la invencion del cálculo infinitesimal señala los últimos años del siglo. Provista de esta fuerza nueva, la inteligencia humana puede ensayarse con éxito, duran— te los ciento cincuenta años siguientes, en la solucion de los problemas que presentan las perturbaciones de los cuerpos celestes, la polarizacion y la interferencia de las ondas luminosas, el calor radiante, la accion circular de las corrientes electro-magnéticas, la vibracion de las cuerdas y del vidrio, la atraccion capilar en los tubos estrechos, y tantos otros fenómenos naturales.
Desde ese momento el trabajo se sigue sin interrupcion en el mundo del pensamiento, y todaslas fuerzas de la in— teligencia se prestan mútuo socorro. Ninguno de los gérmenes ya vivos se marchita. El crecimiento de los materiales científicos, el rigor de los métodos y el perfeccionamiento. de los instrumentos, todo marcha de concierto. Nos referimos aquí al siglo XVII, tan armonioso en su conjunto: al siglo de Képlero, de Galileo y de Bacon, de Tycho, de Descartes y de Huyghens, de Fermat, de Newton y de Leibnitz. Son tan conocidos los servicios de tales hombres, que bastan ligeras indicaciones para hacer resaltar la parte brillante que han tenido en el engrandecimiento de las mlras sobre el Mundo.
Hemos demostrado ya (19), cómo el ojo, órgano de la