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racion, menos quizás por su ciencia, que por su valor y su confianza. Bien merecia el elogio que le tributa Keplero, cuando en su introduccion á las Tablas Rudol finas le lama espíritu libre: «vir fuit maximo ingenio et quod in hoc exercitio (es decir, en la lucha contra las preocupaciones) magni momenti est, animo liber.» Cuando refiere Copérnico en su dedicatoria al papa la historia de su obra, no vacila en tratar de cuento absurdo la creencia en la inmovilidad y enla posicion central de la Tierra, creencia estendida generalmente entre los teólogos, y ataca sin temor «la estupidez de los que se adhieren á opiniones tan falsas.» Dice que «si alguna vez insignificantes charlatanes, estraños á toda nocion matemática, tuvieran la pretension de juzgar de su obra, torturando de intento algun pasaje de las Sagradas Escrituras (propter aliquem locum Seriptur: e male ad suum propositum detortum), despreciaria sus vanos ataques. Todo el mundo sabe, añade, que el célebre Lactancio, ha disertado de una manera pueril sobre la figura de la Tierra, y se ha burlado de los que la consideraban como un esferóide: pero cuando se trata de asuntos matemáticos, es preciso escribir para los matemáticos. Á fin de probar que, por su parte, profundamente penetrado de la exacti— tud de sus resultados, no teme juicio alguno desde el rincon de la tierra á que se hallaba relegado, desde él apela al jefe de la Iglesia, pidiéndole proteccion contra las injurias de los calumniadores. Y lo hace con tanta mayor con" tianza, cuanto que la misma Iglesia puede sacar ventajas de sus Investigaciones acerca de la duracion del año, y sobre los movimientos dela Luna. La Astrología y la reforma del Calendario fueron largo tiempo las únicas protectoras de la Astronomía para con las potencias temporales y espirituales, lo mismo que la (Química y la Botánica estuvieron en un principio al servicio de la Farmacologia.

El varonil y libre lenguaje de Copérnico contradice os-