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Una mayor profundidad de sentimientos, una mayor frescura de impresiones se respira en las obras de J. J. Roussean, de Bernardino de Saint-Pierre y Chateaubriand. Si recuerdo aquí la seductora elocuencia de Roussean, las pintorescas descripciones de Clarens y de la Meilleraze, á orillas del lago de Ginebra, es porque en los principales escritos de este herborizador, mas cuidadoso que instruido á decir verdad, escritos que aparecieron veinte años antes que las K'pogues de la nature de Buffon (1), el entusiasmo se desborda, lo mismo que en las inmortales poesías de Klopstock, de Schiller, Goethe y Byron, y se manifiesta especialmente por la precision y originalidad del lenguaje. Un escritor puede, sin tener á la vista los resultados directos de la ciencia, inspirar aficion estraordina ria al estudio de la Naturaleza, por el atractivo de sus descripciones poéticas, aunque se refieran á lugares muy cireunscritos y conocidos.

Ya que hemos vuelto de nuevo á los prosistas, vamos á detenernos con gusto en la creacion que ha valido á Bernardino de Saint-Pierre la mejor parte de su gloria. El libro de Paul et Virgime, que no tiene igual en ninguna otra literatura, es simplemente el cuadro de una isla situada en el mar de los trópicos, en doude ya cubiertas bajo un cielo clemente, ya amenazadas por la lucha de los elementos desencadenados, dos graciosas figuras se destacan de enmedio de las plantas que tapizan el suelo del bosque, como de una rica alfombra de flores. En este libro, así como en la Chaumiére Indienne y aun en los Etudes de la Nature, oscurecidos desgraciadamente por teorías aventuradas y por graves errores de física, el aspecto del mar, las nubes que se amontonan, el viento que murmura entre las cañas de bambú, las altas palmeras que inclinan sus cabezas, están descritos con una verdad inimitable. Pan! et Virgime ha ido conmigo á las comarcas en que se inspi-