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cayó en la trampa: creyó que ese calor del Norte, pesado y brutal, duraría siempre; que esa eterna verdura sombría era verdura de primavera y suspendiendo su hamaca en el fondo del parque, entre dos pinos, se abanicaba todo el día, meciéndose confiada.

Y decia riendo: — Hace mucho calor en el Norte; — pero despues de un rato de reflexión, agregaba algo inquieta:

— ¿Por qué en este extraño país las casas tendrán los muros tan espesos y en todas las piezas habrá tapices y pesadas coleaduras? — ¿Qué objeto tendrán esas grandes estufas de loza, esos montones de leña que se apilan en los patios y esas pieles de zorro azul que adornan los abrigos que duermen en el fondo de los armarios?... Pobre chiquita, bien pronto vá á saberlo.

Una mañana la criollita se despertó tiritando. El sol ha desaparecido y del cielo oscuro que parece haberse acercado por la noche á la tierra, cae por copos una pelusa blanca y silenciosa, como la que hay debajo de los algodoneros... ¡He ahí el invierno! Ya llegó. — El viento silba, las estufas roncan. — Los colibríes no gorjean ya en la gran jaula de dorados barrotes. — Sus alitas de color azul, rosa, punzó y verde-mar, permanecen inmóviles y dá pena verlos acurrucados unos contra otros, aletargados y entumecidos por el frío. Allá abajo en el fondo del parque la hamaca tiembla llena de escarcha y las ramas de los pinos parecen de cristal hilado... La criollita tiene frío y no quiere salir más.

Acurrucada como uno de sus pajarillos, pasa su tiempo al lado del fuego, ocupada en mirar la llama y en forjarse un sol con sus recuerdos. Vuelve á ver todo su país, en la gran estufa luminosa y ardiente: los largos muelles, llenos de sol, junto con la rubia azúcar de caña que chorrea y los granos de maiz que flotan en un polvo de oro: después las siestas del medio día, las cortinas de vivos colores, las esteras de paja, las soberbias noches estrelladas, las moscas de luz y las miríadas de alitas que zumban entre las flores ó en las mallas de tuf de los mosquiteros.

Y mientras que así sueña delante del fuego, los días de invierno se suceden, cada vez más cortos y sombríos. Todos los días amanece un colibrí muerto en la jaula; ya no quedan sino dos, que parecen dos vedijas de plumas verdes que se erizan unas contra otras en un rincón.....