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NO LO DUDES.

—Si este mundo es un valle de amargura
  ¿Por que temes de su ámbito salir?
—Porque me espanto la mansion oscura
   Que me amen al morir.

-Cuando este valle triste se encapota
   ¿Qué miras tras su lúgubre capúz?
—El espacio infinito donde brota
   A torrentes la luz.

—Borra, pues, de la mente esa quimera
   Del miedo vil, tú irás
A discurrir por la radiante esfera
   Que desde el valle vislumbrando estás.

             F. Moja y Bolívar.

LA FÉ.

Existe una sensación delicada y misteriosa que se convierte en deseo irresistible de investigar lo desconocido. Arrastrado el espíritu por esta corriente, trata de sondear ei porvenir y sus horizontes que al terminar la vida se ven bruscamente cortados por la tumba: un presentimiento que brota de lo intimo de la conciencia obliga á continuar las investigaciones, a pesar de esta verdad pavorosa presentándose como primera la inconcebible resolución de la nada; ea rechazada por la razón por ilógica, no concibiendo la consecuencia de esta idea que es una vida racional y de sufrimiento entre dos ciegas eternidades, pero ¿que apoyo tiene el espíritu para creer en un mas allá? Tiene entre muchos una virtud que como tal está lleno de verdad, que las generaciones al presentirla y buscarla van purificándola de las nieblas conque nació envuelta, presentándola mas resplandeciente al salir de las tinieblas con que el fanatismo y la ignorancia la oscurecian para ser sol radiante que alumbra con limpia claridad la marcha progresiva del espiritu, señalando tambien al hombre ei Camino de la ciencia y de la caridad para llegar al nunca terminable y progresivo objeto de su creacion.

Esta virtud es la Fé, faro con que Dios nos ilumina en la noche de nuestra ignorancia, ahuyentando el falso foco de nuestro Orgullo para que el hombre crea lo que la conciencia juzga, sin rechazarlo la razon, si es apoyada por la ciencia.

Esta virtud, madre legitima de la Esperanza, determina el verdadero medio de acercarnos a Dios por medio de lo Caridad, si a estas tres virtudes guia y envuelve la luz razonable de la ciencia.

Saturnino Fernandez Acellana.