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Carmen de Burgos

sus manos al sucio soinbrero, que él había cogido las flores para la señorita, y mostró sus manos desgarradas por las púas del pequeño y silvestre arbusto.

Una extraña simpatía se despertó en el pecho de la joven; se encontró señora en el alma de aquel pobre muchacho, y la pasión, el vasallaje secreto que se le rendía, la dejó satisfecha.

Desde entonces, Mercedes retuvo á su lado al muchacho con toda clase de pretextos, no sin despertar algunas murmuracionee entre los observadores cortijeros, Manolillo le llevaba diariamente ramos de flores de brezo, con los que ella se hacía originales adornos; sus cabellos negros entrelazados con las rojas florecillas y las verdes y menudas hojas, le daban un aspecto ex-