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La flor de brezo

traño y hacían brillar sus ojos con más intensidad. Un collar de las mismas flores aumentaba la blancura mate de su tez, y con los caprichosos grupos esparcidos por el—flotante vestido blanco, se la hubiese creído una druidesa que esperaba en el fondo de sus sagrados bosques el momento de unirse con su esposo.

La sonrisa y la bondad de Mercedes alentaron á Manolillo y su amistad revistió la forma de un idilio en que la señorita descendía hasta el campesino, haciéndole dulces pro mesas de amor, que llenaban toda la vida del muchacho.

Ella no meditó seriameute la situación que se creaba; Manolillo, con su bronceada tez, sus regulares y enérgicas facciones y sus ojazos tan grandes y expresivos, le parecía hermoso; su amor ardiente y salvaje,