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L cuerpo expansivamente elástico, tomaba, on cada segundo de tiempo, formas, extensión y proporciones diferentes: era Eduardo que se batía con cuabro de los asesinos.

En el momento en que cargaron sobre los prófugos, en aquel mismo en que cayó el coronel Lynch, Eduardo, que marchaba tras él, atraviesa, casi de un salto, un espacio de quince pies en dirección á las barrancas. Esto sólo le basta para ponerse en línea con el fianco de la caballería, y evitar su empuje; plan que su rápida imaginación concibió y ejecutó en un segundo, tiempo que le había bastado también para desenvainar su espada, arrancarse la capa que llevaba prendida al cuello, y recogerla sobre su brazo izquierdo...

Pero, si habíe librádose del choque de los caballos, no había evitado ser visto, á pesar de la obscuridad de la noche, que por momentos encubría la débil claridad de las estrellas. El muslo de un jinete roza con su hombro izquierdo; y ese hombre y otro más hacen girar sus caballos con la prontitud del pensamiento, y embisten, sable en mano sobre Eduardo.

AMALIA 2. TOMO I Este no ve, adivina, puede decirse, la acción de los asesinos, y dando un salto hacia ellos, se interpoue entre las dos caballos, cubre su cabeza con su brazo izquierdo envuelto entre el colchón que le formaba la capa, y hunde su espada hasta la guarnición en el pecho del hombre que tiene á su derecha. Cadáver ya, aún no ha caído ese hombre de su caballo, cuando Eduardo ha retrocedido diez pasos, siempre en dirección á la ciudad.

En ese momento, tres asesinos más se reunen al que acababa de sentir caer el cuerpo de un com-