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que en dos segundos cayeron como un torrente sobre los desgraciados prófugos.

El coronel Lynch apenas tuvo tiempo para sacar de su bolsillo una de las pistolas que llevaba, y antes de poder hacer fuego, rodó por tierra al empuje violento de un cabalio.

Maisson y Oliden pueden disparar un tiro de pistola cada uno, pero caen también como el coronel Lynch.

— Riglos opone la punta de un puñal al pecho del caballo que lo atropella, pero rueda también á su empuje irresistible, y caballo y jinete caen sobre él. Este último se levanta al instante, y su cuchillo, hundiéndose tres veces en el pecho de Riglos, hace de este infeliz le primera víctima de aquella noche aciaga.

Lyn Maisson, Oliden, rodando por el suelo, ensangrentados y aturdidos bajo las herraduras de los caballos, se sienten pronto asir por los cabellos, y que el filo del cuchillo busca la garganta de cada uno, al influjo de una voz aguda é imperante que blasfemaba, insultabe y ordenaba allí: ¡los infelices se revuelcan, forcejean, gritan; llevan sus manos hechas pedazos ya, á su garganta para defenderla... ¡todo en vano!... El cuchillo mutila las manos, los dedos caen, el cuello es abierto á grandes tajos; y en los borbollones de la sangre se esca pa el alma de las víctimas á pedir á Dios la justicia debida á su martirio.

Y, entretanto que los asesinos se desmontan y se apiñan en derredor de los cadáveres para robarles alhajas y dinero; entretanto que nadie se ve ni se entiende en la obscuridad y confusión de esta escena espantosa, á cien pasos de ella se encuentra un pequeño grupo de hombres que, cual un solo