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entendiéndose al fin, clara y distintamente, la voz de los que venían conversando.

—Oye—dice uno de ellos, á diez ó doce pasos de la zanja, saquemos fuego, y á la luz de un cigarro, podremos contar, porque yo no quiero ir hasta la Boca, sino volverme á casa.

—Bajemos, entonces—responde aquel & quien se había dirigido; y dos hombres desmontan de sus caballos, sonando la vaina de latón de sus sables, al pisar en tierra.

Cada uno de ellos tomó la rienda de su caballo, y, caminando hacia le zanja, vinieron & sentarse á cuatro pasos de Daniel y Eduardo.

Uno de los dos recién llegados, sacó sus avíos de fumar, encendió la yesca, luego un gruseo cigarro de papel, y dijo al otro:

—A ver, dame esos papeles, uno por uno.

El otro se quitó el sombrero, sacó de él un rollo de billetes de Banco, y dió uno de ellos á su compañero, quien tomándolo con la mano izquierda, lo aproximó á la brasa del cigarro que tenía en la hoca, y aspirando con fuerza, iluminó todo el billete con los reflejos de la brasa activada con la aspiración.

― Cien—dice aquel que había entregado el billete, y cuya cara se había juntado con la del otro para ver junto con él el número.

— Cien 1—dice el del cigarro, arrojando por la boca una gruesa nube de humo.

Y la misma operación que con el primer billete, se hace con treinta de igual valor; y después de repartirse 1.500 pesos cada uno de los dos hombres, mitad de los 3.000 que sumaban los treinta billetes de 100 pesos, dice aquel que alumbraba los pape les !