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—Entonces, hasta mañana—dice aquél, dando vuelta á su cabello, y tomando al trote el camino de la Boca.

Algunos minutos después, el que se había quedado, mete la mano al bolsillo, saca una cosa que aproxima á su cigarro en la boca, y la contempla á la claridad que espacía la brasa.

Y es de oro el reloj—dice;—esto nadie me lo vió sacar; y la plata que me den por él, no la parto con ninguno.

Y examinaba y volvía á examinar el reloj á la luz de su cigaro.

— Y está andando—dice, aplicándosele al oído, —pero yo no sé... yo no sé cómo se sabe la hora...

—y volvía á iluminar su preciosa alhaja...—ésta es cosa de unitariós !... la hora que yo sé, es que serán las doce, y que...

—Esa es la última de tu vida, bríbón—dice Daniel, dando sobre la cabeza del bandido, que cayó al instante, sin dar un solo grito, el mismo golpe que había dado en la cabeza de aquel qué puso cl cuchillo sobre la gargante de Eduardo; golpe que produjo el mismo sonido duro y sin vibración, 000sionado por un instrumento que Daniel tenie, en sus manos, muy pequeño, y que no conocemos todavía, el cual parece que hacía sobre la cabeza humana el mismo efecto que una bala de cañón que se la llevase, pues que los dos que hemos visto caer, no habían dado un solo grito.

Daniel, que había salido de la zanja, y llegádose como una sombra hasta el bandido, luego que le dió el golpe en la cabeza, tomó la brida del caballo, lo trajo hasta la zanja, y sin soltarla, bajó y dió un abrazo á su amigo.

— Valor, valor! mi Eduardo; ya estás libro...