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MIGUEL DE UNAMUNO

con el genio de la especie y demás metafísicas, allí la ley de Malthus, allí la tendencia sociológica á la monogamia, y allí, en fin, el problema de la prole. Cuajado todo ello en un sutil tejido en que se le suelta á la imaginación su parte, haciéndole ver, cual tentador señuelo, allá, en gloriosa lontananza, al espléndido genio. Lee y relee el expediente, corrigiéndolo á cada lectura, se lo recita tomándose de posteridad, y cuando lo ha visto bueno saca de él copia y se guarda la pieza original esperando coyuntura propicia de que á la interesada se le traslade. Quiere antes prepararla para que sea menos brusca la emoción que le cause y el efecto útil mayor.

Dirígese Avito á casa de Leoncia á iniciar el advenimiento del genio.



— No hagas caso, Leoncia, esas son cosas de mi hermano, y á un hombre que como mi hermano tiene cosas, se le oye como quien oye llover...

— Es que como empiezo á padecer de reuma, me gusta poco el oir llover...

— ¡Don Avito Carrascal! — anuncia la criada en este punto.

— ¿Le conoces? — pregunta Leoncia á Marina.

— De oídas tan sólo...