— Pues merece que te le presente.
Y así que al entrar don Avito ha saludado á Leoncia, ésta:
— Avito Carrascal, mi buen amigo... Marina del Valle, mi casi hermana...
— ¿Del Valle? — mormojea Avito mientras acariciando en el bolsillo el amoroso informe, se dice: «¿pero qué es esto? ¿qué es esto que me pasa? ¿qué me pasa? ¿dónde he tratado yo mucho á esta muchacha? ¡pero si no la he visto hasta hoy! ¿qué es esto?»
— ¡Hermoso día! — exclama Leoncia.
— Es que estamos ya en primavera, Leoncia — dice Marina.
— ¡Exactísima observación! Ayer equinoccio... Sin embargo, la savia de los vegetales... — y se detiene Avito al ver que los tersos ojazos de Marina se orientan á los suyos y que desplegando la boca se pone á oirle con todo el cuerpo y con el alma entera.
«Pero ¿qué tendré hoy — se dice el futuro padre del genio, — qué me pasará que no acierto á ligar dos ideas? ¿Se me rebelará la bestia?» Marina, en tanto, parece esperar lo de la savia de los vegetales; vésele el ritmo del pecho, y en sus cabellos de azabache se tiende á descansar la luz cernida por los visillos.
— La savia de los vegetales — prosigue Carrascal — hace tiempo que ha dado botones de flores...