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MIGUEL DE UNAMUNO

vina lo que no entiende. Y recuerda Avito haber contemplado con qué atención observaba una vez una gata á un conejillo de Indias inoculado de tifoidea y la apacible familiaridad con que las aves del cielo se posan en los hilos del telégrafo, lejos de los lirios del campo. Cosa decidida, pues; el documento redactado para Leoncia irá, tal como lo está, á Marina.



Al acabar Marina de leerlo y mientras le danza el corazón, se dice, sin querer, con su hermano: «¡á Carrascal con esto!» Y luego: «¡qué Carrascal este, Dios mío, qué Carrascal! ¡acordarse de mí!» Va en seguida, sin quererlo también, á mirarse al espejo, en el que se encuentra con sus propios ojos que le dicen lo que no se sabe ni se sabrá jamás. «¡Oh, qué Carrascal! sí, está á la altura de su reputación, no hay duda. Y no es feo, no, no es feo, pero yo... Y tiene unas ideas... qué idea, qué idea esta de pretenderme, y de pretenderme así...»

Y ahora, cual avecilla del cielo posada en los alambres telegráficos, lejos de los lirios del campo, se dice: «¿ineludibles necesidades orgánicas... — súbesele el rubor á las mejillas — genio de la especie... ley de Malthus... matriarcado... matriarcado?... ¡matriarcado!... tendencia social á la monogamia... matrimonio y patrimonio... genio del