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MIGUEL DE UNAMUNO

interior que le dice: «que marra la ciencia... que caes, Avito...», coge á la Materia en brazos y la aprieta contra el pecho.

— Déjeme, por Dios, déjeme... déjame... mi hermano...

— ¿Quién? ¿Fructuoso?

— Lo mejor será acabar pronto, Avito.

— Querrás decir empezar pronto, Marina.

— Como quieras.

— Sí, empezar pronto como quiera. Y ahora ven, sellemos el pacto.

— ¿Qué es eso?

— Ven, ven, y lo verás.

La coge ahora de nuevo, la aprieta en los brazos y le pega en la boca un beso, de los que quedan. Y así, sujeta, sofocada la pobre, con el corazón alborotado, dícele él:

— Tú... tú... Marina... tú...

— Ay, por Dios, Avito, ay... por Dios... — y cierra los ojos.

También Avito los cierra un momento, y solo se oye el latir de los corazones. Y la voz interior le dice á Carrascal: «el corazón humano, esta bomba impelente y absorbente, batiendo normalmente, suministra en un día un trabajo de cerca de 20.000 kilográmetros, capaz de elevar 20.000 kilos á un metro...» Y en voz alta, como ena- jenado:

— Bomba impelente...