hombro, le dice el médico: — No indigeste de fósforo al genio, amigo Carrascal, que no basta fósforo en el cerebro para que éste dé luz; no basta, pues acaso le tenemos todos de sobra.
— ¿Entonces?
— ¡Es menester además... raspa!
— ¡Piedra, yesca y eslabón! que cantábamos de niños.
— ¡Exacto!
— Ya que no quieres ir á la ópera — dice un día Avito á su mujer — he ideado lo que la sustituya...
Hace traer un aristón, coloca en él el disco de una melodiosa sonata, y puesta la mano en el manubrio dice:
— Quiero que oigas música. Además, las vibraciones rítmicas palpitarán en el aire y esas vibraciones habrán de trasmitirse en torno... Allá donde lleguen todo se acordará rítmicamente en cuanto sea posible, y no cabe duda, las tiernas células del embrión habrán así de hacerse más armónicas... Ven, acércate, siéntate ahí...
— Pero...
— ¡Pero ahora escucha!
Empieza á darle al manubrio. La pobre Materia soñolienta mira con sus tersos ojazos cándidos