Y luego murmuró para sí, como un desahogo:
—Quizás mañana estaré bueno, pero, ¡cuánto lo dudo!
Despues de varios dias de enfermedad, las esperanzas se desvanecieron casi por completo. El médico dió á entender que la dolencia no desapareceria fácilmente, y don Miguel tembló al pensar en la miseria que reinaria en su casa, mientras no pudiera llenar sus obligaciones y asistir á su empleo.
Así es que dia y noche permanecia silencioso, casi mudo. Manuela le prodigaba los mayores cuidados, y se desvivia por complacer en todo á su padre abatido completamente por la desgracia. La niña no tardó en comprender el por qué de su pena. Entónces ella tambien comenzó á cavilar.
Una tarde don Miguel la hizo sentar á su lado. Sus ojos inmóviles estaban húmedos.
—¿Por qué lloras, papá? preguntó Manuela con esa voz dulce que emplean las madres para hablar á un hijo enfermo.
—Si no lloro! murmuró él.
—Sí, lloras, y yo sé la razon. Lloras porque
—Calla .. Eugenia puede oírte.