342 ANTOLOGÍA DE LA POESÍA FEMENINA ARGENTINA
Que allí... bajo silvestre enredadera,
formando leda bóveda de flores,
veríamos la pálida viajera,
como un globo de nácar a la esfera bañar de tenue luz.
Y otras veces, surcando en la barquilla
el azulado cauce del arroyo,
reclinada tu sien en mi rodilla,
tu sien besara, donde el genio brilla, ¡y así fuera feliz!
Y allá en la noche... cuando todo expira...
cuando las olas y las selvas callan,
yo pulsaría mi amorosa lira:
y en esa soledad, que al alma inspira, sonara mi cantar.
¡Quiero aire, quiero luz y un sol fulgente... silencio y soledad y alegres campos... y alzando allí mi pudorosa frente, cantara el fuego de mi amor ardiente, que sólo sé yo amar!
¡MUERTA!
¡Se obscureció mi vida en la tiniebla! Sentí como si el mundo vacilara,
y me erguí, cual se yergue la serpiente que frío hierro mata.
Entreabrí la ventana: no hallé cielo; volví los ojos: no encontré la tierra; palpé bajo el sepulcro de mi pecho
y me ericé de frío: ¡estaba muerta!...