fabricación de tinta y sobre el brillante más grande del mundo, me puse a examinar de nuevo el figurín que le había gustado a Macha. Me la imaginaba en un baile, con los hombros desnudos y un abanico en la mano, bella, espléndida, ducha en literatura, en artes plásticas, en música... ¡y mi papel a su lado me pareció tan insignificante, tan mezquino!...
Nuestro conocimiento, nuestro matrimonio, no habían sido sino un corto episodio, una de las muchas etapas de la vida de aquella mujer tan pródigamente dotada por la Naturaleza. Cuanto había de bueno en el mundo se diría que estaba a su disposición y no le costaba nada; hasta las nuevas ideas sociales y filosóficas le servían para embellecer su vida y darle variedad. Yo no había sido para ella más que un cochero que la había transportado de una etapa a otra de su existencia. Pero mi papel había terminado: mi hermoso pájaro volaría y yo me quedaría solo.
En aquel momento, como respuesta a mis tristes reflexiones, sonó en el patio un grito de desesperación:
— ¡Socorro!
La voz era fina, parecía de una mujer. Como remedándola, el viento gimió quiejumbroso en la chimenea.
Algunos instantes después, el grito, confundiéndose con el ruido del viento, volvió a sonar; pero entonces en el otro extremo del patio.
—¡Socorro!