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eso. Vladimiro me ha reconocido escrupulosamente como médico y dice que mi salud es excedente. Además, no es lo único que me interesa: quiero estar segura de que marcho por el buen camino. Dime, ¿tengo razón, o no?

Mi hermana tenía necesidad de un apoyo moral, esto era evidente para mí. Macha se había, marchado y el doctor Blagovo también; no quedaba en la ciudad nadie, excepto yo, que pudiera decirle que hacía bien.

Me dirigió una mirada escrutadora, esforzándose en leer en mi rostro mis pensamientos. Si yo guardaba ante ella silencio o me sumía en más reflexiones, creería que era a causa de ella y se pondría triste. Era preciso prestar mucha atención a su mirada, y cuando me preguntara si tenía razón, apresurarme a contestarle que sí y que la quería entrañablemente.

—¿No sabes? En casa de Achoguin me han repartido un papel—me dijo—. Quiero tomar parte en los espectáculos de aficionados. Quiero vivir, gozar plenamente la vida. Naturalmente, yo no tengo talento; por lo tanto, el papel que me han repartido es insignificante—unas diez líneas en total—; pero, al menos, eso es infinitamente más noble y elevado que ocuparse del hogar, hacer economías y vigilar a la servidumbre para que no se consuma demasiado pan o azúcar. Pero lo que me interesa sobre todo es demostrar a papá que soy capaz de protestar contra la tiranía a que ha querido someterme.