Página:Anton Chejov - Historia de mi vida - Los campesinos.djvu/152

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
147

Después de tomar el te se acostó en mi cama largo rato, sumamente pálida, los ojos cerrados.

—¡Míe siento muy débil!—dijo levantándose—. Vladimiro afirma que todas las mujeres y las jóvenes que habitan en las ciudades están anémicas debido a la inactividad. ¡Tiene razón! Es preciso trabajar: esto es la sola y única salud. Sí, es preciso trabajar. Vladimiro tiene mil veces razón. Es un hombre de una inteligencia extraordinaria.

Dos días después fué a casa de Achoguin para tomar parte en el ensayo. Llevaba vestido negro, collar de corales al cuello, con un gran broche pasado de moda; en las orejas, grandes pendientes con gruesos brillantes. Sentí angustia al mirarla: de tal manera su toilette carecía de gusto. ¡Qué desdichada idea la de ponerse joyas para ensayar. Los demás se fijaron en su toilette, de mal gusto e inoportuna; lo comprendí en las miradas y sonrisas.

—¡Cleopatra de Egipto!—dijo alguien a media voz, riendo.

Tenía en la mano un cuaderno con un papel.

Se esforzaba en parecer una señorita distinguida, bien educada, que sabía perfectamente presentarse en sociedad, pero no lo lograba; al contrario, su aspecto era amanerado y ridículo. No había ya en ella la sencillez y gentileza natural que le eran habituales.

—Le he dicho a papá que venía al ensayo—comenzó a decirme—y me ha gritado que me niega