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su bendición paternal, y tenía también la intención de pegarme.

Miró un momento su cuaderno y agregó:

—Figúrate, no sé mi papel. Seguramente tendré muchas equivocciones en escena. Pero, en fin, ¡la suerte está echada! Sí, la suerte está echada; estoy decidida...

Me parecía que todo el mundo la miraba, y me asusté de la grave determinación que acababa de tomar. Estaba convencida de que esperaban de ella algo extraordinario. Habría sido inútil tratar de persuadirla de que nadie se ocupaba de gente tan humilde y poco interesante como ella y yo.

Antes del tercer acto no tenía nada que hacer. En este acto representaba el papel de una comadre de provincias, que debía permanecer un instante tras la puerta para escuchar, y luego entrar en escena y decir un breve monólogo.

Antes de salir a escena, durante más de hora y media, en tanto que el ensayo de los dos primeros actos seguía su curso, ella siguió a mi lado, musitando sin cesar su papel y apretando con mano nerviosa el cuaderno. Pensaba que la atención de todo el mundo estaba fija en ella y que todos esperaban con impaciencia su salida a escena. Con mano temblorosa alisaba sus cabellos y decía:

—Y, verás, no recordaré el papel. Tengo un presentimiento... mi corazón late con violencia. Si lo oyeses... Tengo tanto miedo como si me fueran a ahorcar....