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gría. Escuchándola, también yo me regocijaba sin saber por qué.

El estado de su espíritu soñador se me contagiaba. No leía nada y pasaba el tiempo soñando. Las noches, a pesar de la fatiga natural después del día de trabajo, me paseaba por.la habitación, metidas las manos en los bolsillos, y hablaba de Macha.

—¿Qué opinas tú?—pregunté a mi hermana—. ¿Cuándo regresará de Petersburgo? Me parece que volverá para las fiestas de Navidad, a más tardar. Nada tiene que hacer allí.

—Sí, volverá pronto; la prueba es que no ha escrito más.

—¡Es verdad!—contesté, aunque en el fondo de mi corazón sabía que Macha nada tenía que hacer en la ciudad.

La echaba mucho de menos y me aburría terriblemente.

Cuando mi hermana me aseguraba que Macha volvería pronto, me confortaba con una ilusión agradable y yo hacía esfuerzos por creerlo.

Cleopatra esperaba a su Vladimiro; yo a mi Macha, y los dos hablábamos sin cesar de él y de ella, hacíamos proyectos sobre nuestra próxima dicha, paseábamos agitados por la habitación, reíamos. No advertíamos que por nuestra culpa la vieja Karpovna no podía dormir. Permanecía echada sobre la hornilla y balbuceaba con voz apagada:

—La cafetera hace esta noche un ruido terrible.