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alegrías y dolores? Lo único que importa es ser libre, porque, entonces solamente, el hombre no tiene necesidad de nada, absolutamente de nada.

"Rompa usted, por lo tanto, el hilo que todavía nos une. Le abrazo estrechamente, igual que si fuera su ¡hermana. Perdóneme usted, y olvídese de su M..."


Mi hermana estaba acostada en una habitación; Nabó, en la otra; había estado otra vez enfermo, y de nuevo había triunfado de la muerte.

Al mismo tiempo que yo recibía la carta de Macha, mi hermana se levantó quedamente de su cama, pasó al cuarto de Nabó, se sentó cerca del lecho y empezó a leer en alta voz. Se leía diariamente páginas de Gogol o de Ostrovsky. El la escuchaba con aire grave, sin sonreírse, los ojos fijos en el techo. Solamente, de vez en cuando, decía:

—¡Todo es posible, todo es posible!

Si en el libro que le leía mi hermana se contaba alguna falsedad, alguna cosa poco honrada, parecía sentir una malévola alegría, y, señalando al libro con un dedo, decía con aire de triunfo:

—¡He aquí a lo que lleva la mentira, la hipocresía, la falsedad humana!

Los dramas le agradaban grandemente por su contenido, su estructura complicada, su acción palpitante. Sentía grande admiración por él, es decir, por el autor, a quien no nombraba jamás por su nombre.