esclavos y los pobres de espíritu pueden temer y huir del amor.
Comenzó a hablar de otras cosas: de la ciencia, de sus esperanzas en lo concerniente a su carrera. Hablaba con énfasis, y se veía bien claro que no se acordaba ya de mi hermana, de su situación desesperada ni de su propio dolor. La vida le atraía, le llamaba, le arrebataba con sus posibilidades, con sus extensos horizontes. Macha tenía sus sueños, sus grandes esperanzas y ambiciones; él mismo estaba poseído de su carrera científica, y sólo yo y mi hermana quedábamos allí, pobres, desgraciados, sin ningún porvenir, sin sueños ni esperanzas.
El doctor estrechó mi mano y se marchó. Quedé solo en la calle. Me aproximé a un mechero de gas encendido, y una vez más leí la carta de Macha. Los recuerdos de mi reciente dicha se apoderaron de mi cerebro. Recordé cómo una mañana de primavera fué a verme al molino, se acostó y cubrióse con mi pelliza para mejor parecer una simple campesina. Otra vez, cuando echábamos anzuelo a los peces del río, estaba casi toda mojada y esto le causaba tal placer que rió durante todo el tiempo.
Sin darme cuenta, me encontré en la calle de la Nobleza, ante la casa de mi padre. Estaba sumida en la obscuridad.
Salté por encima del muro que la separaba de la calle y pasé, por la puerta de detrás, a la cocina. No había nadie. La tetera hervía, probable-