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Página:Anton Chejov - Historia de mi vida - Los campesinos.djvu/170

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— Y Cleopatra, ¿dónde está?—me preguntó Askinia, en voz baja, reteniendo la respiración—. ¿Y tu mujer? He oído decir que marchó a Petersburgo.

Servía ya en nuestra casa cuando mi madre vivía, y nos bañaba a Cleopatra y a mí. Ahora también continuaba considerándonos como niños que es preciso vigilar porque hacen tonterías.

Durante un cuarto de hora me habló de sus opiniones sobre mí, sobre mi hermana, sobre nuestra situación. Se veía que tenía vagar suficiente para entregarse a estas reflexiones.

—Se puede obligar al doctor a casarse con Cleopatra—dijo—. Basta que ella dirija una petición al arzobispo para que éste anule su primer matrimonio. Si el doctor rehusa casarse, se podrán tomar medidas respecto de él.

En cuanto a mí, encontró también una solución: yo podía vender, sin que mi mujer lo supiera, Dubechnia, y poner el dinero en un Banco a mi nombre. Además—decía la cocinera—, si mi hermana y yo hubiésemos caído de rodillas ante mi padre, nos habría tal vez perdonado. Por de pronto era preciso mandar decir una misa.

En aquel momento se oyó la tos de mi padre.

—Vaya, pequeño mío, háblale—dijo Askinia—, salúdale humildemente. No te pasará nada por eso.

Entré en el gabinete de mi padre. Estaba ya sentado ante la mesa y delineaba el proyecto de una casa de campo de ventanas góticas y una gran torre parecida a la del cuartel de bombe-