solar al pobre joven y darle algunas muestras de simpatía. Sentóse en la cama, junto a Gromov, y dijo:
—Me pregunta usted qué podemos hacer. En la situación de usted, lo mejor parece que sería escaparse. Pero es inútil, por desgracia; lo arrestarían a usted al instante. Cuando la sociedad se defiende contra los criminales, los locos, y toda clase de hombres que no le convienen, es inflexible. No le queda a usted más que convencerse a sí mismo de que su permanencia aquí es inevitable.
—¡Pero si mi permanencia aquí no le sirve a nadie para nada!
—Una vez que hay prisiones y manicomios, es fuerza que estén habitados. Día llegará en que no existan. Entonces no habrá rejas en las ventanas ni cadenas. Yo le aseguro a usted que, tarde o temprano, ese día llegará.
Gromov sonrió amargamente.
—Usted se está burlando de mí, señor mío. A usted, a su Nikita y a toda la demás canalla, les importa poco que lleguen o no esos tiempos anhelados. Pero puede usted estar seguro de que llegarán, llegarán tiempos mejores. Tal vez hallará usted ridículas mis palabras, pero oiga usted lo que le digo: la aurora de un día mejor alumbrará la tierra, la verdad triunfará, y los humildes y los perseguidos disfrutarán de la felicidad que merecen. Tal vez para entonces yo no existiré, pero ¡qué más dá! Me regocijo pensando en la felicidad de las generaciones futuras, las saludo con todo mi corazón: ¡Adelante!