Ir al contenido

Página:Anton Chejov - Historia de mi vida - Los campesinos.djvu/227

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida

46

¡Qué Dios os ayude, amigos míos, amigos desconocidos del porvenir remoto!

Gromov se levantó de la cama, con los ojos encendidos, alargó los brazos hacia la ventana y exclamó con voz conmovida:

—¡A través de estas malditas rejas, yo os bendigo! Me regocijo con vosotros y por vosotros. ¡Viva la verdad!

—No veo que haya mucha razón para alegrarse—dijo el doctor, a quien aquel ademán de Gromov, aunque algo teatral, no le resultó desagradable—. En ese porvenir que tanto le entusiasma a usted, no habrá manicomios ni prisiones, ni rejas ni cadenas; en suma, como usted dice, triunfará la verdad. Pero... las leyes de la naturaleza seguirán su camino invariable, y las cosas no cambiarán en el fondo. Los hombres padecerán enfermedades, se envejecerán y pararán, lo mismo que hoy, en la muerte. La aurora que alumbra la vida podrá ser muy hermosa, pero eso no impedirá que se meta a los hombres en la caja, y la caja se meta en la fosa.

—¿Y la inmortalidad?

—¡Tontería!

—¿No cree usted en la inmortalidad? Yo sí. Dostoyevski o Voltaire, no me acuerdo bien cuál de los dos, ha dicho que si no existiera Dios habría que inventarlo. Si la inmortalidad no existe, estoy seguro de que, tarde o temprano, el genio del hombre acabará por inventarla.

—¡Muy bien dicho!—aprobó el doctor con tina sonrisa de satisfacción—. Hace usted bien en creer. Con