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va dándose cuenta de sus olvidos va añadiendo detalles.

La cocina la coloca siempre en el sótano, con una bóveda de piedra y un suelo de ladrillos. La fachada siempre es sombría, seca, triste, de líneas severas, baja, como aplastada; las chimeneas, anchas y feas, están cubiertas por unas caperuzas de alambre.

No sé por qué, todas las casas construídas por mi padre me recuerdan de un modo vago su sombrero de copa y su nuca.

Poco a poco los habitantes de la ciudad se fueron acostumbrando a su estilo arquitectónico, que llegó a tener un valor local.

Ese mismo estilo lo llevó a mi vida y a la de mi hermana. A mí me puso el nombre bíblico de Misail y a mi hermana él histórico de Cleopatra. Cuando era pequeña, le hablaba de las estrellas, de los sabios de la antigüedad, de nuestros abuelos, que debían servirnos de ejemplo. A la sazón tenía ya veintiséis años y seguía halándole de las mismas cosas. Evitaba con sumo cuidado el que se tratase con mozos. No le permitía pasear en otra compañía que la suya. Estaba seguro de que el día menos pensado se presentaría un joven distinguido y de excelente educación, que la pediría por esposa. Y mi pobre hermana le adoraba, le temía y le consideraba el más inteligente de los hombres.

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