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Página:Anton Chejov - Historia de mi vida - Los campesinos.djvu/259

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Hubiera querido continuar en tono moderado y cortés, pero la rabia se apoderó de él por completo. Y súbitamente, sin darse cuenta, estremeciéndose todo, rojo de ira, cerró los puños y dijo con voz furibunda:

—¡Déjenme en paz! ¡Largo de aquí! ¡Fuera de aquí los dos!

Jobotov y Mijail Averianich se levantaron de un salto, mirándole con terror.

—Largo de aquí!—siguió gritando el doctor—. ¡Estúpidos, imbéciles! ¡No quiero la amistad ni los cuidados de ustedes! ¡Los aborrezco, no puedo soportarlos ya!

Jobotov y Mijail Averianich, cambiándose miradas significativas, retrocedieron hasta la puerta y salieron al vestíbulo. Ragin cogió de sobre la mesa un frasco de bromuro y lo lanzó sobre los visitantes. El frasco fué a romperse en el cuadro de la puerta.

—¡Al diablo los dos!—exclamó con voz casi llorosa, siguiéndolos al vestíbulo—. ¡Al diablo! Y que no los vea yo más por aquí.

Cuando salieron se acostó en el diván, temblando como si tuviera fiebre, y repitiendo siempre:

—¡Imbéciles, estúpidos!

Después se calmó un poco; se dijo que había hecho mal en injuriar de aquel modo al pobre de Mijail Averianich, que, probablemente, estaría a esas horas afligidísimo. Tuvo crueles remordimientos, le pareció que lo que acababa de hacer no era propio de un hombre serio. ¡Vaya una filosofía la suya! ¡Vaya una altivez ante los sufrimientos!