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to una gran cabeza de buey sin ojos, trineos, caballos envueltos en un vaho espeso. Pero recuerda vagamente haber visto su casa, haber visto a los suyos, y siente una enorme alegría que estremece todo su ser.
— ¡Los he visto! ¡Los he visto!—murmura soñando, con los ojos cerrados.
Luego se incorpora bruscamente, abre los ojos y busca agua. Después de beber, torna a acostarse, y los sueños vuelven a empezar.
Así hasta el amanecer.
Las tinieblas se van dispersando y la cámara se ilumina. Al principio se ve el pequeño disco azul de la ventana circular; luego, Gusev empieza a distinguir a su vecino Pavel Ivanich, el cual duerme sentado (pues tendido se ahoga). Y tiene el rostro gris, la nariz larga y afilada, una exigua perilla y los cabellos largos. Sus ojos parecen enormes en su faz terriblemente enjuta. No es fácil precisar si es un intelectual, un comerciante, o, tal vez, un clérigo. A juzgar por su rostro y sus largos cabellos, se diría que es un frailecito de cualquier convento; pero, oyéndole hablar, se ve que no es fraile. Está gravemente enfermo, no hace más que toser, respira con dificultad y se halla tan débil, que habla con gran trabajo.