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Página:Anton Chejov - Historia de mi vida - Los campesinos.djvu/305

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el roce de la pluma sobre el papel. Se diría que los escritores insignes que tiene delante velan por su alma y murmuran:

—¡Silencio! El señor Krasnujin está escribiendo. De pronto, Krasnujin se estremece, suelta la pluma y aguza el oído. La vecina Foma Nicolayevich reza en el cuarto próximo.

—Oiga usted—le grita Krasnujin—. ¿Quiere hacer el favor de rezar más bajo? No me deja usted escribir.

—Bueno, señor. Perdóneme usted.

Y torna a reinar el silencio. Los escritores insignes velan nuevamente porque nadie moleste al señor Krasnujin.

El cual, después de escribir cinco cuartillas, se despereza y saca el reloj.

—¡Dios mío, son ya las tres!—gime—. Todos duermen: sólo yo trabajo.

Quebrantado, desmadejado, se dirige a la alcoba, despierta a su mujer, y le dice con voz quejumbrosa:

—Nadia, dame más té. Se me acaban las fuerzas.

Escribe hasta las cuatro. Acaba el artículo, para cuya prolongación no se le ocurre ya nada.

Se va a la cama.

—Estoy tan cansado— le dice, a su mujer—que no podré dormirme. Nuestro trabajo maldito de literatos quebranta el alma aún más que el cuerpo. Tendré que tomar bromuro... Si no tuviera que sostener a la familia, hubiera ya roto mi pluma... Esto es atroz, sobre todo si no se escribe por inspiración, sino de encargo.