—Ya lo sé. Sin embargo, creo que por Nina Sergeyevna bien puedes hacer una excepción. Nos tiene un gran afecto, y todavía no hemos hecho nada por ella. No, querido, no le negarás ese pequeño servicio. De lo contrario, se ofenderá y también me ofenderé yo.
—¿Y quién es ese joven?
—El señor Polsujin.
—¿El que trabajó en vuestra función del club? ¿Ese galancete de cabeza vacía? ¡Nunca!
El director estaba tan indignado, que dejó de comer.
—¡Nunca!—repitió—. ¡Por nada del mundo!
—Pero, ¿por qué?
—Porque no sirve para nada. Además, ¿por qué no se dirige directamente a mí? ¿Por qué prefiere recurrir a la intervención de las señoras? Ese solo detalle prueba que es un botarate...
Después de almorzar, el director, acostado en su canapé, empezó a leer las cartas recibidas. Una era de la mujer del alcalde.
«Querido Fedor Petrovich—comenzaba—. Usted me dijo una vez que tendría sumo placer en hacer algo por mí. Se le presenta a usted una buena ocasión para probarme su disposición favorable: uno de estos días le visitará el señor Polsujin, un joven muy bien educado. Solicitará la plaza del secretario del asilo, y espero...»
—¡Nunca!—exclamó el director—. ¡Por nada del mundo!
A partir de aquel día, recibió multitud de cartas,