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En su turbación, ya cogía los cuchillos, ya los platos haciendo ruido, y no podía estarse quieta ni sabía qué hacer de toda su persona. Evitaba mirar a la mesa, y si le dirigían una pregunta, respondía con voz severa y brusca, sin volver siquiera la cabeza.

—¡Pero tome usted un vasito de «vodka»—decía la vieja nodriza al cochero—. Sólo toma usted té.

Había colocado ante él una botella de «vodka» y un vasito, poniendo una cara muy maliciosa.

—Se lo agradezco a usted; no bebo nunca—respondió el cochero.

—¡Qué cosa más rara! Todos los cocheros beben... Además, usted es soltero y no tiene nada de particular que, de vez en cuando, se beba un vasito. ¡Se lo ruego!

El cochero, con disimulo, lanzó una mirada a la botella; luego a la cara maliciosa de la nodriza, y se dijo:

—Te veo venir, vieja bruja; quieres saber si soy bebedor. No, vieja, no caeré en tu trampa.

—Gracias, gracias, no bebo. Con mi oficio sería peligroso beber. Un obrero cualquiera puede permitírselo, pues está siempre en su taller, mientras que nosotros los cocheros estamos casi siempre ante el público. Además es preciso tener cuidado del caballo, que se puede escapar cuando se halla uno en la taberna. Por otra parte, estando uno borracho puede caerse del pescante. No; a nosotros los cocheros no nos conviene la bebida. Debemos guardarnos de beber.