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—Dímelo, no tengas vergüenza. ¡Déjate de dengues!

—Cuando yo le digo a usted, señora, que no lo sé... Además, es un hombre ya entrado en años.

En aquel instante penetró la vieja nodriza.

—¡Tonterías!—protestó—. No tiene aún cuarenta años. Aparte de eso, no es un joven lo que tú necesitas; no se puede nunca tener confianza en los jóvenes... No hables más y cásate con él!

—¡No quiero!—exclamó la cocinera una vez más.

—¡Dios mío, qué estúpida eres! ¿Qué es lo que necesitas? ¿Un príncipe? Debías estar contenta. Ya es hora de que olvides a los carteros y a los criados que te hacen la corte; esos nunca te hablarán de casarse...

—¿Es la primera vez que has visto a ese cochero?—preguntó mamá.

—¡Naturalmente! ¿Dónde iba a haber visto a ese diablo? Lo ha traído Stepanovna...

Durante el almuerzo, cuando la cocinera estaba sirviendo a la mesa, todos la miraban sonriendo, y la hacían rabiar con alusiones a su cochero. Ella se ruborizaba, y hallábase en extremo confusa.

—Debe de ser una vergüenza eso de casarse—pensaba Gricha.

El almuerzo estaba muy mal preparado; la carne, muy mal asada. Luego, la cocinera dejaba caer a cada instante platos y cuchillos. No obstante, todos comprendian su estado de ánimo, y nadie la hacía reproches. Unicamente, con motivo de haber roto