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bían pedido al Ayuntamiento cincuenta mil rublos para hacer pasar el camino de hierro por la ciudad, y que el Ayuntamiento no había querido dar más que cuarenta mil, lo que había sido causa de que las negociaciones fracasaran y la línea se construyese a gran distancia de la población. Luego, el Ayuntamiento lamentó no haber aceptado las proposiciones de los ingenieros; pues se vió obligado a hacer un camino hasta la estación, lo cual era mucho más caro.

La línea estaba ya casi terminada; los rieles y las traviesas colocados. Pequeños trenes cargados de materiales de construcción y de obreros circulaban ya. Sólo faltaban los puentes, de cuya construcción estaba encargado el ingeniero Dolchikov. Muchas estaciones también estaban edificándose aún.

La de Dubechnia era la más próxima a la ciudad, de la que distaba diez y siete verstas.

Yo avanzaba sin apresurarme. Los campos verdeaban a uno y otro lado del camino. Todo estaba inundado de sol. El paisaje era agradable, pintoresco. A lo lejos se divisaban la estación, algunas colinas, unas cuantas casas de campo.

Yo respiraba a pleno pulmón y me sentía feliz. Procuraba no pensar en nada, para saborear más por entero aquellas horas de libertad. Desechaba todo pensamiento relacionado con mi padre, con el ingeniero Dolchikov, con el empleo que me esperaba en Dubechnia. ¡Ah, si fuera posible no estar sujeto al hambre! Entonces podría uno ser