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pre con innumerables dificultades y vivía en la miseria.

Me pagaba, como a los demás obreros, de setenta "copecks" a un rublo por día.

Cuando el tiempo era bueno y seco, nos dedicábamos a trabajos exteriores, principalmente en los tejados. Debido a mi falta de costumbre, me parecía que el cinc de éstos me quemaba los pies. Probé a trabajar con botas; pero eso no me permitía andar bien, y no tardé en seguir trabajando descalzo. En poco tiempo me acostumbré de tal manera que no sentía molestia alguna.

En fin, yo estaba muy contento de mi nueva vida. Vivía entre gente que consideraba el trabajo obligatorio, indispensable, y trabajaba como las bestias de carga, con frecuencia sin darse cuenta de la significación moral que el trabajo posee, y hasta sin llamarle trabajo.

Junto a esa gente yo mismo me iba tornando poco a poco en una bestia de carga, cada día más penetrado de que el trabajo es una cosa obligatoria, inevitable. Tal convicción me hacía la vida más sencilla y fácil y me libraba de cavilaciones.

Al principio todo era nuevo e interesante para mí como si acabase de nacer. Podía darme el gusto de acostarme en tierra y de andar descalzo, cosas con que gozaba mucho; podía mezclarme a una muchedumbre de gente sencilla sin cohibirla y sin que se apartase ante mí; cuando veía en la