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Página:Anton Chejov - Historia de mi vida - Los campesinos.djvu/57

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calle un caballo caído, podía acudir en ayuda del cochero, para que lo levantase, sin temor de ensuciarme la ropa.

Pero lo que me regocijaba sobre todo era el vivir de mi propio trabajo y no tener que vivir a expensas de otro.

La pintura de los tejados era un negocio muy ventajoso; se ganaba mucho con ese trabajo desagradable y fastidioso. Mi nuevo amo, Nabó, trabajaba él mismo con nosotros en los tejados. Con unos pantalones muy cortos que dejaban al aire sus pantorrillas sucias de pintura, flaco como una espátula, se paseaba por el tejado, brocha en mano, suspirando y repitiendo:

—¡Pobres de nosotros los pecadores!

Andaba por el tejado con la misma facilidad que por un pavimento. Cuando trabajaba en las cúpulas de las iglesias, a una gran altura, sólo se valía de cuerdas, a las que se ataba. Viéndole trabajar a tan desmesurada altura sin las precauciones necesarias, yo me atemorizaba en extremo; pero él no tenía miedo ninguno, parecía estar completamente a gusto y de cuando en cuando lanzaba, a voz en cuello, una de sus frases favoritas:

—¡Pobres de nosotros los pecadores!

O bien:

—¡La mentira devora el alma como el orín devora el hierro!

Al volver a casa por la noche tras la jornada de trabajo, y pasar por delante de las tiendas,