re usted? ¡Qué vamos a hacerle! (Se dirige rápidamente a la puerta.)
Elena.—Espere usted...
Smirnov. (Deteniéndose.)—¿Qué?
Elena.—Nada. Váyase... O no, espere... ¡No, no, vayase! Le detesto... Oiga, oiga... ¡Si supiera qué furiosa estoy! (Tira la pistola sobre la mesa.) ¿Qué hace usted ahí aún? ¡Váyase!
Smirnov.—¡Adiós!
Elena.—Sí, sí, váyase. Escuche... No, no, no quiero verle más... ¡Estoy furiosa! ¡No se acerque a mí!
Smirnov. (Acercándose a ella.)—¡Soy un idiota! ¡Estoy conduciéndome como un colegial! (Groseramente.) Oiga, señora: ¡la amo a usted, qué demonios! Mañana he de pagar al Banco, las faenas del campo me esperan, y me enamoro de repente como un tonto... (La coge por el talle.)
Elena.—¡Las manos, quietas! ¡Le detesto a usted! ¡Le detesto! ¡A batir...! (Un beso le cierra la boca.)
En este momento aparecen en la puerta Luka, el jardinero, el cochero, la cocinera, asustadísimos y armados de pértigas, azadas y garrotes.
Al ver a la señora Popova en los brazos de Smirnov, detiénense, llenos de asombro.
Elena Ivanovna. (Volviéndose hacia ellos, sonriente y confusa.)—Retiraos, amigos míos... Ya no os necesito... Este señor y yo nos hemos entendido. (Telón.)