el bote de la cola, los rollos de papel extendidos en el suelo. Yo estaba confuso. Ella también parecía turbada.
—Perdone usted—me dijo—que le mire de esta manera. He oído hablar mucho de usted, sobre todo al doctor Blagovo, a quien le ha sorbido usted el seso. También he tenida el gusto de conocer a su hermana de usted. Es una muchacha muy simpática; pero no he conseguido persuadirla de que su situación actual de usted no tiene nada de horrible. Yo, por el contrario, creo que es usted hoy el hombre más interesante de la ciudad.
Miró de nuevo la cola y los rollos de papel y prosiguió:
—Le había rogado al doctor Blagovo que me proporcionase una ocasión de hablar con usted. Seguramente no se ha acordado o no ha tenido tiempo. El caso es que ya nos hemos conocido, y yo tendría mucho gusto en que viniese usted por casa. Soy una mujer sencilla y espero no ser para usted causa de azoramiento.
Me estrechó la mano, y añadió:
—Mi padre no está en la ciudad, está en Petersburgo.
Y entró en el salón de lectura.
Aquella noche dormí muy poco: tan turbado estaba.