podían pegar los ojos. Además, Karpovna tenía un horrible dolor de oído, se quejaba, y de cuando, en cuando se echaba a llorar.
Como me oyese, desde el otro lado del tabique, dar vueltas en la cama, Prokofy entró en mi cuarto, con una luz en la mano, y se sentó junto a mi mesa.
—Debía usted beber un poco de "vodka"—me dijo—. El "vodka" es la sola y única salud. También convendría verter un poco de "vodka" en la oreja de mamá; pero no quiere.
A cosa de las tres se dispuso a irse al matadero en busca de la carne para su establecimiento. Convencido de que no podría dormir ya, y por matar el tiempo, me fui con él.
La noche era obscura. Prokofy llevaba en la mano una linterna, con la que alumbraba el camino. Subimos a un trineo. Un muchachuelo de trece años, llamado Nicolka, con cara de bandido, que estaba empleado en la carnicería de Prokofy, nos servía de cochero. Con una voz ronca de persona mayor, imitando a los cocheros de verdad, arreaba a las caballerías.
Por el camino me dijo Prokofy:
—Probablemente le sacudirán a usted el polvo en casa del gobernador. Porque, mire usted, hace cosas que no le convienen. Cada hombre debe seguir el camino que está destinado a seguir según su nacimiento. Unos nacen para ser gobernadores u oficiales, otros para ser obispos o capellanes, otros para ser médicos o abogados. Usted no