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Durante la comida, fué él quien habló más.

—No hay duda—decía—de que son ustedes muy simpáticos, muy amables; pero, dígame usted, señor: ¿por qué en cuanto empiezian ustedes a trabajar físicamente y a preocuparse de la suerte del mujik se hacen, inevitablemente, sectarios? Usted, por ejemplo, señor Poloznev, ¿no es un sectario? Por cuestión de principios, no bebe usted "vodka". Eso es puro sectarismo.

Por complacerle bebí "vodka" y vino. Comimos quesos de distintas clases, salchichón, pastas y otras delicadezas gastronómicas que el ingeniero había traído de Petersburgo, y saboreamos los vinos que en su ausencia se habían recibido del extranjero, que eran, en verdad, excelentes. No sé cómo se las arreglaban para recibirlos sin pagar derechos de importación, lo mismo que los cigarros. El caviar y el salmón se lo regalaban. No pagaban el piso, porque el propietario de la finca proveía de petróleo al camino de hierro, y, por lo tanto, dependía del ingeniero. En fin, yo casi llegué a estar convencido de que cuanto existe en el mundo se hallaba siempre—de modo gratuito—a la disposición del señor Dolchikov y de su hija, que no tenían más que tender la mano y cogerlo.

Seguí visitándolos asiduamente; pero no con tanto placer como antes de regresar el ingeniero. El señor Dolchikov me azoraba, y en su presencia no me sentía yo a mi gusto. No podía soportar su mirada serena e inocente; su conversación