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Últimas tradiciones

yeren justo, y que los alimentos se los pusieran en la puerta, á la madrugada. A los ocho días desaparecieron los caballos de los viajeros, y recelando los vecinos haber sido burlados por apócrifos escultores, penetraron en la choza, y encontraron la imagen concluída, quedando tanto más absortos cuanto que los materiales que proporcionaron existían intactos, así como los víveres. No cabía para ellos duda de que la efigie era obra de ángeles, y no de humanos escultores.

En la vecindad de la choza brotan unos arbustos, de cuya madera, que es muy amarilla, se labran unas crucecitas llamadas del Señor de Huamantanga, y que en la fiesta de Mayo obtienen los fieles por un real de limosna para el culto religioso en la capilla. Todo devoto que iba de Lima traía crucecitas, como recuerdo, á las familias amigas.

La efigie era de la misma composición, pasta ó material que empleaban en Nápoles los escultores llamados cartapistas, á quienes ocupó mucho el emperador Carlos V en que trabajasen imágenes de santos para el Perú y para México.

Cuando la guerra de la Independencia, á fines de 1821, en la retirada del general Canterac para la sierra, fué saqueado é incendiado el pueblo de Huamantanga y también el de Puruchuco, porque los vecinos, que eran partidarios del general San Martín y de la causa patriota, habían emigrado. La capilla del Señor de Huamantanga fué lo único que ordenó Canterac se salvase de saqueo é incendio. Algo más, Canterac había hecho, en 1818, á la capilla un regalo valioso.

Puruchuco y Huamantanga eran pueblos que proveían de papas al vecindario de Lima, el cual las consideraba superiores á las producidas en otros lugares de serranía. A las de Puruchuco las distinguían con el nombre de papa-lucha, y á las de Huamantanga con el de papa-changa. Es tradicional que al irse en Lima, á fines de Septiembre de 1821, noticia de la destrucción de ambos pueblos por los soldados del rey, se cantaba en los barrios de Cocharcas y de Malambo, la siguiente copla: