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Cisneros elevado al rango de virey, Elio al de subinspector general y Nieto al de gobernador de Montevideo, no podían ser por sus antecedentes sino instrumentos para abatir á los nativos del país y para ensalzar una facción de españoles intolerantes, ensoberbecidos con sus caudales y con los recientes triunfos sobre los ingleses que se atribuian como gloria exclusiva de ellos.

Conociendo Cisneros el estado del espíritu público en Buenos Aires, no quiso hacer la entrada oficial en esta ciudad sino después de haber recibido el bastón de manos de Liniers en la colonia del Sacramento. Las desconfianzas mutuas entre el nuevo jefe y los que habían de obedecerle, establecieron una frialdad que fué rápidamente tomando cuerpo hasta convertirse en una protesta de hecho por parte del mas poderoso que era el pueblo.

Buenos Aires había medido sus fuerzas. Las revoluciones del Norte de América y de la Francia habían puesto en muchas manos la cartilla á la moda de los derechos del hombre, y la Rejencia misma, vencida por la corriente contemporánea, acababa de declarar á los americanos dignos de ser libres.

Al fin, un número reducido de porteños denodados, tomaron la resolución de arrostrar el poder del virey, en cuya persona mal querida se